¿Por qué Dios También es Hombre? Igualdad Femenina y Espiritualidad | Vanessa Wiehls

Una reflexión sobre como la manipulación humana de la imagen masculina de Dios afecta la igualdad femenina y la espiritualidad. Lee más en Vanessa Wiehls.

Vanessa Wiehls

10/20/202410 min read

De repente, sentí la profunda necesidad de darle una mirada al Dios quien históricamente ha representado a las grandes religiones monoteístas como una figura masculina. Me surgieron preguntas y más preguntas tratando de entender porque Dios ha sido retratado como hombre; pero la pregunta que finalmente me llenó de valor para escribir al respecto, fue la siguiente: ¿La imagen de un Dios masculinizado ha influido en la desigualdad social y cultural femenina?

Antes de profundizar en este tema, primero debo introducirlos en las experiencias que me motivaron a darle el título a este blog. Sin embargo, antes de que algunos lectores cierren esta página o decidan juzgar su contenido sin darle la oportunidad a lo que viene líneas abajo, les anticipo que mi perspectiva no es ver la figura masculina de Dios (en cualquiera que sea la religión en la que cada uno profese) como una condena inmutable. Por el contrario, estoy escribiendo este blog con los ojos de la resiliencia que me han permitido  visualizar de formas y colores diferentes la sociedad, escribo con la experiencia de la adversidad a tráves de la cual he comprendido que no hay verdad absoluta y que cada dificultad nos permite invitarnos a una reflexión más profunda de nuestra forma de vivir.

Hace poco, me encontraba atravesando días de incertidumbre respecto a decisiones que cambiarían mi vida. Unos días previos a ese momento, era la “mujer” más feliz del mundo por las oportunidades que venían llegando a mi vida y que claramente son el resultado de haber enfrentado enormes dificultades en el pasado. Retos arriesgados que significaron tomar decisiones buscando mi desarrollo humano antes que continuar haciendo feliz a los demás cargando mi infelicidad a cuestas. Rápidamente, me vi sumergida en un torbellino de angustias que literalmente opacaban mi alegría y las de algunos de mis seres queridos.

Todo partía de un momento maravilloso en mi vida que en cuestión de un par de días me devolvió a la realidad del género humano que me ocupa: Soy Mujer. Pero además de ser mujer, soy madre y abuela. El segundo punto que se deslindaba de mi “momento feliz” (como lo he llamado) a opacar mi alegría, era la oportunidad de reencontrarme con mi hija mayor y mis dos preciosas nietas después de mucho tiempo anhelando verlas, pero esta vez para celebrar junto a ellas, ese “mi momento feliz”.

En mi rol de mujer y madre, me encontré en la encrucijada de decidir mi destino basándome en lo mejor para mi hija menor quien literalmente es un ángel, y por quien me he jugado todo en la vida, olvidándome en el pasado de mi propio bienestar. Aprendí con el tiempo que, si yo no estoy bien, no hay forma de que ella lo esté. El haberme desvinculado de diferentes patrones de codepencia social, siendo la mujer 10, quien para mantener mi calificación alta dediqué mi vida (por más de 23 años) a cuidar cada segundo de mis días a mis niñas y aprobar silenciosamente las conductas de mi ex esposo denominadas por su entorno cercano como “masculinas”, me pasó una cuenta de cobro tan grande, que aun sigo en deuda con todos aquellos quienes me apreciaban cuando era esa mujer 10, cuentas de cobro que van desde el señalamiento de “mala madre”, hasta exposiciones públicas de mi imagen en eventos sociales en los cuales incluso se ha vetado mi nombre o se menciona solo para descalificarme como persona.

Para aquellos que aprecian a la mujer porque se adapta a los conceptos sociales aprobados, yo reprobé porque dejé de seguir los patrones sociales bien calificados por quienes aplauden y justifican las acciones machistas (sin juicio a equivocarme por mi propia experiencia), que tienen sus inicios en madres que “educan” a su hijos para ser “machos”,  conductas avaladas por familiares, colegas, jefes y amigos quienes en su armonía social festejan con aquellos machos que logran obtener lo que quieren cuando quieren, sin que alguien se atreva a cuestionar las conductas que por generaciones han destrozado familias, porque el silencio es el aliado número uno del daño social causado por estos machos con sus acciones.

Paralelamente en mi rol de madre de mi hija mayor y de abuela de sus dos preciosas niñas, me encontré con la frustración y la agonía en la que se sumergían nuestros días, que con feroz intención tejía día a día el padre de mi nieta de 6 años, quien actuando de forma mal intencionada y tomando venganza contra mi hija, le negó el permiso a mi nieta (con quien además tengo un estrecho vínculo), para salir del país en compañía de su madre a encontrarse con su “Tita” como ella me llama. ¿Porque un “hombre”, respaldándose en su rol de padre, le negaría la oportunidad de “extender sus alas y volar” a su pequeña hija de tan solo 6 años? ¿Porque le arrebataría de las manos la oportunidad de rebosar de alegría su corazón al abrazar a su abuelita después de mucho tiempo sin verla? ¿A qué se debe que un “hombre” usando su fachada de “padre” y quien además permanece ausente por meses sin visitar a su hija, cobre venganza y tenga la sangre fría de decirle a una pequeña de 6 años que podrá viajar a ver su abuelita cuando cumpla 18 años?

Juzguen ustedes: la “justicia humana” condenó al padre de mi nieta por violencia doméstica, después de propinarle una golpiza a mi hija que le significó someterse a 2 cirugías faciales y le dejó secuelas de por vida, una de ellas en su ojo derecho, reduciendo su capacidad visual porque casi pierde el nervio del mismo. Sin embargo, la condena fue solo reivindicatoria, porque mi hija, por el bienestar emocional de su hija, decidió liberarlo de la cárcel para evitarle a la pequeña el dolor de tener que explicarle algún día por qué su padre estaba en prisión. Si, mi hija, como miles de mujeres, liberó de la cárcel a este “macho” evitándole purgar una pena que “tal vez” lo hubiera hecho consciente del maltrato al que sometió a la madre de su pequeña,  pequeña niña a quien ahora le aplica su violencia emocional solo para evitar ver sonreír a su madre.

Cundo a través de una video llamada, le di la noticia a mi nieta de que me visitaría junto con su familia, con sus ojos brillando de alegría y un poco de llanto de felicidad dijo literalmente: “Dios escuchó mi oración y cumplió mi sueño de viajar en avión a verte Tita”.

Días después, fui yo misma quien tuve que darle la noticia de que no podría visitarme junto con su familia a la semana prometida de vacaciones. No puedo expresar el dolor en mi pecho cuando su silencio invadió la pantalla de mi celular, en su rostro paralizado se veía el shock emocional por el que atravesaban sus pensamientos y sentimientos, sus ojos estaban cristalinos y lágrimas empezaron a rodar por su carita que usualmente brilla de alegría.

¿Que estaría pasando por su mente respecto al regalo que “Dios” le había hecho solo unos días antes? Paradójicamente, su padre, un hombre que profesa su fe y sirve a Dios en una iglesia cristiana, es el responsable de este dolor y el responsable de causarle tan fuerte impacto emocional quebrantando su preciosa inocencia respecto a que la humanidad es buena y a que Dios escucha sus oraciones.

Fue entonces, cuando vino a mi mente, este blog, el cual he titulado y para el cual he venido escribiendo cada día en mi corazón y tomando atenta nota de cada una de mis reflexiones basadas en lo que he recopilado en mis memorias del pasado y situaciones del presente que he venido observando como afectan la importancia del rol femenino y masculino en la sociedad actual.

La imagen de Dios, como figura omnipotente y paternal, ha sido predominante en las religiones a lo largo de los siglos. Es innegable que, en muchos sentidos, esta representación ha condicionado la visión de la mujer en la sociedad. Al ser Dios representado como hombre, se ha reforzado la idea de que lo masculino está más cerca de lo divino, mientras que lo femenino ha sido relegado a un segundo plano, muchas veces asociado a la sumisión, la fragilidad o lo secundario. En este contexto, las mujeres han cargado con una serie de desventajas y obstáculos: la falta de igualdad de oportunidades, el encasillamiento en roles limitados, y la constante lucha por ser valoradas no solo por sus capacidades reproductivas, sino también por sus talentos y capacidades intelectuales, creativas y espirituales.

Este enfoque limitado y patriarcal de la divinidad, ha llevado a que se perpetúen estructuras de poder en las cuales las mujeres se ven oprimidas, con menos acceso a decisiones importantes e incluso con restricciones sobre su propio futuro.

Dentro de los múltiples cuestionamientos que me hice, hubo una pregunta que me repetí constantemente: ¿Porque somos las mujeres quienes traemos la vida humana al mundo? Somos nosotras quienes peleamos las batallas más difíciles desde gestar hasta el momento del parto y a última hora las más sacrificadas para que las familias en torno a nuestros hijos tengan el equilibrio que se merecen y que a nosotras nos pone en la mayoría de los casos en total desequilibrio. ¿Porque si un hombre cambia drásticamente su vida, en la mayoría de los casos es infiel, lastima a su esposa y a su familia porque decide explorar las mieles de la “vida”, no es juzgado, señalado y condenado al repudio de sus familiares y amigos con frases como “mal padre” o tildado de “loco”?. Por el contrario, usualmente estos machos celebran con familiares y amigos el triunfo de haber cambiado fácilmente de vida, de pareja y por supuesto disfrutando con sus nuevas parejas. Pero si una mujer se harta de la infidelidad, del maltrato ya sea físico y/o emocional, se harta de callar y decide enfrentar a la sociedad para extender sus alas después de dedicar la mayor parte de su vida a cuidar y proteger a su “familia”, entonces es señalada y juzgada socialmente.

¿Cómo puede ser que “la justicia humana” deje en manos de un “hombre” agresor que pudo haber matado a la madre de una menor, la decisión de que pueda otorgar un permiso para que su(s) hij@s viajen al exterior? ¿No debería ser un veedor público el que avale en este caso para que haya algo de “balance”? ¿Cómo es que se conservan este tipo de derechos por igualdad humana y la justicia divina de Dios le deja solamente a la mujer el papel de los nueve meses de gestación con todo y lo que ello implica? Cincuenta por ciento de derechos sobre los menores para el padre, porque hizo su trabajo para crear a este nuevo ser humano ¿y donde queda el cincuenta por ciento que debió asumir en su cuerpo, en el parto, en la lactancia, etc?.

SI todo sale "bien" y “luce” en armonía en una vida marital y con los hijos dentro del contexto social, es gracias a “Dios”, pero si las cosas están mal como resultado de las acciones masculinas, poco se escucha: “es consecuencia de lo que ese “hombre” hizo. ¡Ah!, pero si la mujer hace algo que la sociedad no apruebe porque se ve impulsada a tomar decisiones que la protejan debido a lo que debió soportar de su pareja, ¿actúa así porque no respeta a Dios y es una mala persona? Una mujer no puede celebrar estas “victorias” en público porque es señalada.

Aclaro que este blog no es un ataque a los hombres, amo y admiro la fuerza masculina de quienes realmente se merecen el título de “caballeros” frente a la sociedad. Quienes toman decisiones coherentes a su edad, a su momento de vida y basadas en los valores con los que fueron educados por madres que respetan el rol femenino y que les enseñaron a apreciar y respetar a la mujer en todos los contextos. Nuestras historias (la mía y la de mi hija) representan a miles de mujeres en la sociedad, miles de mujeres que lloran en silencio y claman a un “Dios”, por igualdad anhelando paz en sus vidas.

Sin embargo, este relato es solo una versión de la historia: la mía.

Yo soy creyente. Creo y honro al Dios creador del universo y de la vida. Al final, aunque las escrituras o tradiciones hayan personificado a Dios en figuras masculinas, yo creo que la divinidad es mucho más vasta y sutil. Dios no es una figura rígida y limitada; Dios es el reflejo de la vida misma, presente en cada pequeño detalle del universo. Para mí, Dios está en la amabilidad a otros, en no hacer trampa, en no mentir, en no engañar, en el latido del corazón, en el vasto cielo que se expande sobre nuestras cabezas, y en el milagro de la vida que crece dentro del vientre femenino, porque señores: por más fuerza que tengan, solo la mujer tiene la complejidad física de traer hijos naturalmente humanos al mundo.

El verdadero poder de Dios no está en una imagen, sino en lo que somos y en lo que hacemos. A las mujeres, que han sido portadoras de vida, creadoras incansables y fuerzas de cambio en el mundo, les digo: confíen en su capacidad de crear su propio destino. El universo nos ha hecho grandes, nos ha dado la capacidad de transformar el mundo, y la esperanza está en reconocer que no estamos limitadas por las construcciones sociales o culturales, sino por el poder infinito que llevamos dentro.

La “fe” es maravillosa pero no es suficiente, necesitamos accionar para descubrir o redescubrir la belleza de nuestro propósito en la vida, en nuestra capacidad de procrear, no solo en términos de vida física, sino de ideas, proyectos, sueños y cambios. En cada mujer hay una chispa “divina” que trasciende cualquier imagen externa de un Dios masculinizado. Y es desde ahí, desde esa chispa interior llamada Dios, desde donde debemos forjar nuestro futuro.

Soy coach de vida y profesional con acreditación internacional, especializada en liderazgo y transformación personal. Creadora del método D.R.O., conferencista TEDx y autora de libros sobre Desarrollo Humano.

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